Jhonatan Díaz

Naguanagua, Carabobo, Venezuela.

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Pocas veces me pregunto acerca de lo qué es mi vida. Aún soy tan joven y tan carente de historia, que los dolores de la vejez adolecen mi mente.

Sólo sigo escribiendo, dibujando o pensando... Aunque usted no lo crea, ésta última actividad es la más agotadora de todas las que puedo hacer. Todo el mundo llega a ser tan distinto y yo observo a lo lejos desde mis binoculares ocultos de emociones cada fracción de lo que hacen sus sonrisas en los demás, sus acciones o sus dichos. Es difícil. Más aún cuando la vida te sigue enseñando sus pintorezcas lecciones donde la única evaluación es la cantidad de veces que erras con el mismo tronco. Lo reconozco, no lo sé todo, aunque a veces sintiera que sí.

Un día caminando, veía las largas palmeras que en mi país son tan comunes, los cielos melancólicos y añoraba sentir un frío otoño, pero nunca había sabido de algo así, ni una pizca del frío que abunda en las zonas templadas dos veces al año. Para no sentirme inconforme, me senté en un puesto que había en un parque, no tan verde. A las seis de la tarde, el ocaso comienza a suspirar y el hálito que él provoca, cambia levemente la temperatura. Los árboles en zonas tropicales desechan sus hojas sutilmente y allí había formado mi mini-otoño que idealizaba en mi pobre mente.

Allí estaba yo, postrado con mi boina, tan solo como un carril ferroviario, los pensamientos nadaron en una mente vacía sin remordimientos y luego entendía que la vida iba pasando por mí como una aguja que se incrustaba en mis venas.

Sólo tengo una corta edad, aún no me crece barba y pensando en la muerte.

Por eso mi vida no ha sido tan interesante, pues sólo es una carga en el bagón que va en ruta al infinito. Quizá algún día llegue cerca de las estrellas y vea el pacífico desde mis entrañas. Recorra la zona de Eiffel y luego el Coliseo Romano. Vaya Fuji y en un supremo vuelo llegue otra vez al Pan de Azucar, al Cerro San Cristóbal, nade por el Támesis para luego acostarme en mi cama de sellos, suspirando culturas y aspirando sueños.

¡Vaya, que joven! Qué aún no sabe vivir, qué aún no sabe pintar.

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