Soy una persona que rara vez celebra el final de un período, o de un logro; más bien trato de ver las pequeñas cosas, los pequeños logros, que son parte del trayecto y que son los que realmente me hacen feliz.

Los momentos de los que me siento orgullosa son relativamente sencillos, quizás hasta cotidianos, como el momento cuando logré sacar la mejor nota en filosofía después de haber reprobado dos veces porque "no entendía", el instante en que dije mi primera palabra en árabe después de estar una semana en el Líbano y no poder comunicarme; y aquella entrevista con la cual finalmente conseguí mi primer trabajo en España, después de infinitas entrevistas y CVs enviados. La tarde que con miedo fui a decirle a mi papá que me iba a mudar con mi novio y que con una sonrisa me contestó en tono de chiste: "ya era hora", no lo podré olvidar, y hasta el día cuando finalmente mi nueva perrita hizo pipí en el periódico solita me hizo sentir orgullosa. Valoro cada momento en mi vida personal y laboral, incluyendo los “malos” momentos, porque aunque sea un cliché, realmente si te hacen más fuerte.

Si tan sólo pudiera dejar una pequeña huella en cada lugar en el que estoy y con cada cosa que hago, para mí sería suficiente.