Lara Villar Morales

Mi vida, hasta la fecha, se divide en dos etapas. El 80% por ciento de mi corta existencia ha transcurrido pasando mi vista por lo por lo escrito, comprendiendo la significación de lo que he leído y, cómo no, de lo que me han enseñado. Asumiendo conceptos, uno detrás de otro. De aquí, para allá. Cayéndome, para luego volverme a levantar. Ahora me encuentro dentro de ese 20% que supone bucear en un mar de curiosidades que creía satisfechas, junto a un buen puñado de personas que han amado el papel y que comienzan a ver cómo, irremediablemente, queda relegado a un segundo plano.

Los caracteres han cambiado. Vemos arrobas (que no algarrobas) y almohadillas (que no almohadas) hasta en la taza del café. La comunicación se ha vuelto (¿2.0?) y se ha subido a un un tren que no espera.

Un genio como Einstein decía algo así como que todos somos genios, pero no debemos juzgar a un pez por su capacidad de trepar a un árbol, pues se pasará toda la vida sintiéndose como un idiota... ¡Menos mal!

A veces cambiar de parecer es sinónimo de actualizarse para no morir. En mi caso he descubierto que siempre hay un corazón de periodista en un interesado del marketing y viceversa. Cómo me gusta explorar... ¿se nota?

Einstein también decía: "Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas". Qué paradójico.

Al final todo se reduce en dejar el impreso para los desayunos y alguna que otra madrugada. Y el ¿Ipad?, te preguntarás. Factúralo conmigo, junto al equipaje de este tren.