Filósofo callejero bajo la tentación de ser feliz, hijo del destino y novato de la vida. Hombre de tatuajes, ciencia, música, naturaleza, creatividad y rebeldía. Tan políticamente correcto como osado sea necesario.

No amo ni tengo amistades, sino que aprecio y admiro a todas las personas que han encontrado (y buscan) con autodeterminación un equilibro entre sus virtudes y defectos. Respeto al mundo y mi lugar en el ciclo de la vida. ¿Convicciones? Sí, las suficientes y aumentando: Justicia, honor, equilibrio, libertad, pasión, perspectiva...

Nací para aprender, para compartir, para vivir a plenitud y después morir trascendente. Me gusta el cambio porque ello es la esencia de la vida. Sin cambios no hay razón para vivir. Creo en las coincidencias tanto como la hoja le cree al viento.

A donde voy procuro rodearme de personas que me reten intelectualmente, que me iluminen con sus virtudes, que no piensen como yo y que no piensen igual, pero que estén dispuestas a enseñar y a aprender, me gusta rodeárl@s y disfrutar el festín que es que mi mente explote y aprenda a volar.

Mis errores son el hierro con que se edifica mi futuro, mis problemas son las lecciones con que oriento mi destino, mis alegrías y acciones alimentan a mi espíritu. ¿Religión? No, sólo nuestras almas coexistiendo donde convergen nuestras mentes. ¿Política? Sin direcciones, pero con sentido humano.

Mi pasatiempo capitalista: la ingeniería aeroespacial, y en un futuro la literatura. ¿Prejuicios? Algunos, pero disminuyendo. La música que me llena es el rock poético ranchero, clásico y actual, con toques bossanova, acordes poperos, disonancias metaleras y letras románticas escritas con folklor a la luz de la trova.

Mi meta es una en la vida y no se termina de escribir porque se construye cada día, sin embargo, en el inter aspiro a voluntariar en la ONU y a convertirme en un árbol que pueda volar.

Este soy, Alex, mente, vista y corazón.